La
matanza de Politécnico
Gary Caldwell
Sociólogo y agricultor
Presentación
Para explicar la matanza del 6 de diciembre 1989, a la Escuela Politécnica de
Montreal, de Gary Caldwell cuestiona la profunda revolución de los papeles
sexuales que se opera desde los años 60. Mantiene que esta revolución dio al
menos un resultado: ¡los jóvenes hombres, los a menos que muy se escolarizan,
parecen haber perdido el reflejo de querer proteger a las mujeres en peligro!
Extracto
A continuación, pide a los cincuenta jóvenes hombres dejar la sala, quienes
hacen, al parecer sin ninguna protesta.
Los hombres enmarañan por la puerta. El asesino explica fríamente a las
mujeres acuñadas al fondo de la sala sus motivos antiféministes. Una de las
mujeres lo desafía, pero sin resultado.
En
1990, Louise Malette y Marie Chalouh dirigieron la publicación de una
recopilación de comentarios, citada en título, sobre el significado de la
masacre ocurrida algunos meses antes a la Escuela politécnica de Montreal1.
La tesis principal y omnipresente en los numerosos colaboradores - casi todos
mujeres - afirmaba, con razón, que el acontecimiento revestía un significado
político; esto est-à- que había allí una manifestación de la violencia
hecha a las mujeres en una sociedad aún dominada por los hombres. En otros términos,
interpretar simplemente el incidente como la acción de un individuo infeliz y
arruinado no bastaba. Era necesario más bien ver la masacre cometida por Marc Lépine
como un reflejo, aunque extremo, de nuestra verdadera condición social.
De golpe, estoy de acuerdo con este análisis que
recomiendo de a otra parte a todos los los que se preguntan aún sobre el
alcance social y político de este crimen contra mujeres. Sin embargo, al
detenerse sobre el comportamiento de Lépine en esta masacre, el análisis
social así hecho siguió siendo inacabado.
Ahora que el aspecto central de la matanza se puso de relieve finalmente y que
tenemos un poco de retroceso ante esta tragedia, es hora de inclinarnos sobre
otros aspectos de esta violencia tan reveladora. Malette y Chalouh querían
estimular "un debate en profundidad que [elles]souhaiter[aient ] ver
desarrollarse públicamente"2.
Proporcionaron elementos indispensables que nos permitían percibir el verdadero
significado del comportamiento y los gestos del asesino. Pasan ahora al
comportamiento a otros protagonistas de la tragedia, como, por ejemplo, el de
los estudiantes, de los profesores, de la policía y los medios de comunicación.
Reanudan pues esencialmente, puesto que lo es necesario, la dolorosa cronología
de los acontecimientos, tal como actualización por la investigación del
coroner. Después de haber merodeado, de 16 h a 16 h 40 alrededor de la oficina
del Secretario General, a Lépine sube al tercer piso a continuación para
descender al segundo donde corta a una empleada, un poco antes de los 17 10,
momento en que entra en la sala de curso C-230.4. que se coloca delante de los
aproximadamente 50 estudiantes y 10 estudiantes, les dice cesar toda actividad.
En este momento, el estudiante que hacía una presentación ante la clase que
ponía en duda su seriedad, Lépine obtiene un golpe de fuego en el aire. Pide
entonces a los estudiantes separarse, a las mujeres a izquierda y a los hombres
a derecha. Se realizan. A continuación, pide a los cincuenta jóvenes hombres
dejar la sala, quienes hacen, al parecer sin ninguna protesta.
Los hombres enmarañan por la puerta. El asesino explica fríamente a las
mujeres acuñadas al fondo de la sala sus motivos antiféministes. Una de las
mujeres lo desafía, pero sin resultado. Obtiene entonces una ráfaga de 30
bolas, paseando su arma de un lado a otro. Nueve de las diez mujeres se alcanzan,
cuyos seis inevitablemente. Un grupo de cinco estudiantes, que se encontraban en
el pasillo, oyen los golpes y ven aplastarse una de las víctimas. Huyen
ocultarse. Lépine deja la sala de curso. Cuando cruza el límite máximo de la
puerta, ha 17 h 12 Dos minutos ha pasado desde su aparición a la puerta de la
sala de curso. 50 estudiantes pusieron a lo sumo 90 segundos a evacuar la sala
por una estrecha puerta, dejando así 30 segundos a Lépine para entrar y salir,
separar a los hombres de las mujeres, acosar el móvil de su crimen y extraer la
ráfaga fatal.
El asesino deja la sala de curso C-230.4 para dirigirse hacia una sala de
fotocopia donde hiere a tres personas que se encuentran tomas a la trampa,
amenazando al mismo tiempo las que se encuentran al pie de la escalera. Luego,
vuelve de nuevo parcialmente sobre sus pasos y entra, esta vez, por la puerta
C-228, en un vestíbulo de dónde intenta extraer en dos ocasiones sobre una
estudiante, sin éxito, su arma siendo vacío. Deja a C-228 para ir a recargar
su arma en el pasillo, cerca de una salida de ayuda. Su recargada arma, percibe
a una estudiante ocultada bajo un contador y él extrae arriba. Siempre en este
pasillo, extrae a a través de una lleva esmaltada y mata a una otra estudiante.
A los 17 20 toma el ascensor y llega al primer piso, en los alrededores de la
cafetería. Extrae entonces contra una mujer que se encuentra cerca de la cocina
y lo mata. La mayoría de las ciento personas que se encuentran entonces en la
cafetería se huyen. En esta confusión, Lépine mata a dos otras estudiantes.
En consecuencia, corta tres otro en el pasillo antes de reanudar el ascensor
para volverse al tercer piso.
Ha 17 h 25. Lépine llega al tercer piso y entre nuevos en una sala de curso,
B-311. Delante de la sala se encuentran una estudiante y tres estudiantes. Pide
a estos últimos ir y, mientras que se realizan, extrae contra la estudiante. Se
corta a dos otras mujeres, que intentan huirse. Los otros pretenden que
ocultarse de mejor que pueden detrás los pupitres. Lépine se avanza entre los
estudiantes, yendo a veces entre las hileras de pupitres, a veces sobre los
pupitres mismos. Extrae contra las mujeres que intentan disimularse mal que
bien. Tres resultan seriamente heridos, otra se mata. Los gritos de llamada a la
ayuda de la primera estudiante quien alcanzó a la antes escena de la clase lo
hacen volver de nuevo hacia ella. Saca un cuchillo de caza y acaba el que se
muere, luego después de haber limpiado su cuchillo, él se extrae una bola en
la cabeza.
Enterándose de que el asesino se suicidó, los policías penetran en el
edificio. Ha 17 h 36. en todo, 25 minutos se pasaron entre el asesinato del
primer inocente y el del último, la decimocuarta parte, que precede su suicidio.
Como lo tuvimos en cuenta al principio de artículo, las acciones de Lépine
fueron objeto de los primeros análisis que se hicieron sobre el alcance de
estos acontecimientos. Vuelven en primer lugar a nuestra mirada sobre el
comportamiento de los estudiantes. Estas jóvenes mujeres y estos jóvenes
hombres representan la fina flor de nuestra noticia méritocratie, lúcido y
perspicaz, sensible a la importancia de la ciencia y la tecnología en nuestra
sociedad contemporánea.
Observamos que, a tres ocasiones sobre el oscuro curso del asesino, se habría
podido quizá tener la ventaja sobre él: a su salida de las salas de curso (en
el caso de su primera salida, 50 hombres acababan de dejar la sala antes él);
cuando ha recargado su arma; y finalmente cuando se avanzaba entre las hileras
de pupitres de la última sala de curso, a la búsqueda de víctimas femeninas.
No alegaremos una otra posibilidad, la de una confrontación a frío, delante de
un arma dirigida, como con todo lo había hecho el sargento de armas delante
Denis Lortie entonces de la matanza de la Asamblea nacional, como lo había
hecho también el encargado que controló el asesino Fabrikant entonces de la
matanza de la Universidad Concordia.
Esta observación no quiere ser un juicio moral sobre los supervivientes de la
tragedia, sino más bien un acta de hecho en el marco de una búsqueda del
significado social del comportamiento de las personas. No intento pretender, ni
implicar, no más, que habría actuado diferentemente en similares
circunstancias.
Quiero simplemente constatar que la profunda revolución de los papeles sexuales
que se opera desde los años 60 dio menos al resultado: ¡los jóvenes hombres,
los a menos que muy se escolarizan, parecen haber perdido el reflejo de querer
proteger a las mujeres en peligro!
Efectivamente, en este asunto a las dimensiones monstruosas, nadie, a excepción
de una mujer, tuvo el reflejo de correr el riesgo su piel para enfrentar al
agresor de la comunidad. Incluso los policías, con su formación, sus chalecos
parabalas y sus armas, al parecer no quisieron ponerse en peligro. Mejor que se
pueda decir, es que sus métodos, sus instrucciones o sus prácticas policiales
los impidieron. ¡El hecho es que no un varón no intentó interponerse entre el
lobo y otros para que sobrevivan!
_ alguno colaboradora análisis dirigir por Malette y Chalouh tener mencionar
este comprobación:
"nuestras hijas se preguntan nadie ha podido llevar ayuda a las mujeres
terrificadas e inmovilizar al asesino mientras que circulaba en la Escuela3."
¡"Pobre pequeña caperuza roja!" [... ] decir que ha podido creer un
único momento que un buen cazador vendría a salvarlo. Pero el buen cazador
tuvo miedo: se empujó4.
Esta nueva actitud social del chacun-pour-soi se generaliza o pertenece más
bien a una clase, a una capa de la sociedad. En el medio trabajador y rural,
después del choque y el horror de la matanza, la reacción espontánea a medida
que el desarrollo del asunto se conocía era una de incredulidad que se
expresaba así: "pero es lo que que foutaient, todos estos muchachos?"
Efectivamente, se observan aún, en el medio trabajador y rural, una solidaridad
comunitaria y un orgullo masculino que habría permitido quizá la acción
combinada y espontánea de dos o a varios hombres. El elemento pertinente de
esta conciencia masculina, en el contexto que nos concierne, es el que permite
una reacción espontánea y una comunicación no verbal con vistas una acción
concertada. Si teníamos razón postular así, deberíamos entonces prever nos
un profundo aburguesamiento de nuestro joven méritocratie; aburguesamiento que
prepararía en efecto esta juventud que debe asumirse su papel en la tecnocracia
de Quebec5. No se condiciona ya, socialmente, a
llevarse a la defensa del grupo, se condiciona más bien a pensar sí, a velar
por sus intereses, en buscar su seguridad y su felicidad personal. Todo eso está
el propio bien de nuestra nueva mentalidad de Quebec. Es precisamente este para
que, pequeño-burgue's que soy, no me atrevo a no afirmar que habría
reaccionado diferentemente que los hombres presentes el 6 de diciembre.
Pero me atrevo sin embargo a creer que mis hijos, porque son resultantes de un
medio rural, habrían actuado diferentemente.
Un índice de más de aburguesamiento de la inteligensia de Quebec se encuentra
en el comportamiento medios de comunicación alrededor de esta tragedia. Muy rápidamente,
con el pretexto de que no se querían culpabilizar a los jóvenes hombres en
cuestión, reacciones como la que se eliminó expreso hoy de la cobertura de los
acontecimientos. Algunos obviamente escaparon a la censura en los primeros días.
Por ello se citó a André Beaulieu, el profesor de CEGEP destinado a la formación
profesional, en la Prensa del 11 de diciembre de 1991:
"Que 50 a 60 muchachos no hayan reaccionado para intentar controlarlo
prueba que nuestra sociedad es decadente." Quiero que se disculpan a estos
jóvenes muchachos, pero allí de a ocultarse en el pasillo, es antinatural. No
comprendo. Eso me sobrepasa.""
El autocensure cuyos hicieron prueba medios de comunicación tuvo quizá, como
lo pretendieron algunos, un motivo humanitario encomiable, pero tal justificación
es inadecuada cuando se trata de descartar de la noticia y el reportaje la
reacción de una buena parte de la sociedad a un acontecimiento cuyo sentido
colectivo y carácter social no dejan lugar a duda. Esta censura - y allí tiene
una - permanece un poco demasiado interesado, ya que toda la clase media
superior es cómplice de nuestro aburguesamiento. Un ejemplo del bozal que se
quiso poner sobre este aspecto crucial del significado social del acontecimiento,
es el silencio relativo rodeando el suicidio de menos al uno de los jóvenes
supervivientes que, a pesar de la benevolencia de los medios de comunicación
ganados a la consideración de su amor propio y "mi" frágil de estos
últimos,, no podía vivir más con su remordimiento (6). Este hecho casi había
silenciado en la prensa de Quebec (7).
¿Nuestros nuevos burgueses escolarizados tienen una conciencia tan
individualista y uno mí tan frágil? ¿Y nuestros medios de comunicación, de
los cuales el personal es resultante de la misma burguesía, se habrían vuelto
complacientes en consideración suya?
1. Éditions du Remue-ménage, Montréal, 1990.
2. Ibid., Avant-propos, p. 13.
3. Stevie Cameron, ibid., p.167.
4. Nathalie Petrowski, ibid., p. 35.
5. Gary Caldwell, «Ce qui ne peut être dit au Québec» (L'Agora, vol.
I, no 2, octobre 1993).
6. Vancouver Sun du 17 juillet 1991 : «Three deaths tied to [the
Montreal Massacre] aftermath», p. A1 et A2.
7. Voir par contre le Vancouver Sun du 6 décembre 1991 : «The men in
the middle : confused over what their role is, they meekly obeyed a gunman.»
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